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Ya no se premian los alardes si no las actitudes. Neues Museum, Premio Mies Van der Rohe 2011

A menudo leemos que el arquitecto británico David Chipperfield es minimalista. Yo no lo creo así. Si pusiéramos un símil culinario: un vaso de agua, más concretamente el agua incluida en ese vaso, sería minimalismo, y nos puede saber a gloria en algún momento. La arquitectura de Chipperfield cuando menos es una buena sopa cocinada con muchos ingredientes, aunque al final, a veces, sólo veamos una taza de caldo.
Ya no se premian los alardes si no las actitudes. Neues Museum, Premio Mies Van der Rohe 2011 Tierra de caldos es donde pasa sus largas vacaciones, desde hace muchos años, en Corrubedo, Galicia, y su casa se integra entre las de los pescadores sabiéndose contemporánea al mismo tiempo. También en Valencia el arroz a banda tiene algo de eso, a la mesa sólo sale arroz, pero en la cocina queda un montón de pescado. Esto que da profundidad a la arquitectura (y sabor al arroz) es una cualidad de palimpsesto, de capas de conocimiento que se entierran bajo la última que es la única que vemos y que confiere gravedad a la arquitectura de este profesional inglés.



En Valencia, en el edificio de Veles e Vents, el de la American Cup, que quedó en el año 2007 finalista de este mismo premio que ahora consigue, Chipperfield se quejaba de los acabados (y por ello fue muy reprendido por los políticos que se lo encargaron). Quien haya estado allí comprueba que es cierto lo que dice su arquitecto.

Cabe concluir que no le sienta bien el Mediterráneo: en los Juzgados de Barcelona (que en alguna ocasión comparé con el instituto francés de Coderch para mostrar cómo el inglés se integra en cada sitio no sólo con lo que ve, sino también con lo que estudia de su pasado) los prefabricados de colores son tristes a pesar del cambio de tintados.



Chipperfield juega bien en casa (Gran Bretaña) o en Alemania o en Japón, donde sus ideas no corren el peligro de perderse en la construcción y es en estos frentes donde nos ha dado sus mejores partidos.

El edificio del Museo del Río y del Remo junto al Támesis (también finalista del «Mies» en 1999), que combina esos gruesos pilares de hormigón sobre los que apoya el cristal y un ligero acabado de madera, sabe de estos contrastes que enriquecen su obra. Y pone igual dedicación en el diseño de un local.

Fueron estos primeros trabajos los que le dieron fama. En el Wagamama de Piccadilly, en Londres, que conocí, le dio la vuelta a todo: entras y estás en una cola que te hace parte de la fachada con transparencias; abajo es un restaurante, desde donde ves la calle, las mesas, maderas, gresites, mármoles, rojo Alicante, zumo de zanahoria.



Este nuevo premio «Mies van der Rohe» me sorprende también, porque es nuevo en cada edificio. El proyecto para los talleres del escultor Anthony Gormley, premiado con el «Turner» y cuya obra casualmente me interesó hace tiempo, es un crecimiento de un taller inicial que tenía el artista.

Chipperfield siempre deja la sensación de que en cada solución va un lustro de meditación y un segundo final de decisión, que es la que vemos. En las oficinas de la BBC de Escocia, el gran espacio central con iluminación cenital es lo más destacable, y recuerda la actitud de Foster en estos trabajos con quien, por cierto, trabajó en sus inicios, cuando estaba con Richard Rogers.



En Japón trabaja a gusto, se le ve que disfruta teniendo una orquesta que responde, y percibes cambios rápidos, recorridos que pasan de pasarela de madera a pared de hormigón, seto podado, lámina de agua con canto rodado, barandilla de hierro, pavés? ¿minimalismo?

Dejo para el postre lo de Alemania. La última vez que estuve en Berlín (2007) fui a la isla de los museos a ver su obra y estaba en construcción (no sólo fui a eso: también a ver de nuevo el Pérgamo, y el Altes, y un cuadrín de Hammersoi que me encanta...), pero enfrente estaban terminando un edificio que me gustó mucho y que fotografié intensamente porque salía reluciente entre el caos de la obra. Al volver aquí, poco después, salió publicado y era efectivamente de Chipperfield.

Trato de analizar por qué, recién terminado, se insertaba de aquel modo en el lugar; los huecos son modernos, grandes, no se mimetizan en absoluto con la seriación regular berlinesa, y parece, desde el primer momento, que siempre hubiera estado allí.

Mi impresión es que para hacer los muros se han reutilizado ladrillos de demolición y se ha puesto un mortero de caliza molida que lo uniformiza. Pensando en lo que antes decía, de cómo no sólo quiere ver, sino conocer la historia del lugar, recuerdo la restauración magnífica de la Altes Pinakothek de Múnich, de Dollgast, en la que con la guerra humeando utilizaba los ladrillos viejos recogidos (reciclados diríamos hoy).

Berlín tuvo que ser igual, así lo recordaba Julio Llamazares con montañas de escombros, y Chipperfield, con esta actuación, se convierte en el viajero que a mí me gusta ser, el que no se reconoce como tal, el que es de allí desde el momento en que baja del avión.



Y así lo tienen que ver los alemanes, para darle no sólo el museo que ahora se está premiando, sino también, y esto ya es ser europeos, el magnífico Museo Schiller en Marbach, ¡el Museo de la Literatura Alemana!, que es otra maravilla, con sus pilares de hormigón cuadrados, su arquitectura adintelada, parece que tiene un poso clásico, de Klenze, de Shinkel (el del Altes), de Tessenow, del mismo Mies.

David Chipperfield, sir David, ha recogido ya casi todos los galardones posibles, pero éste al Neues Museum de Berlín lo primero que nos dice es que las cosas están cambiando y que en un momento de crisis como ahora no se premian los alardes, sino las actitudes.



Chipperfield, que vemos que es formalista, aquí se sabe contener, conoce que en una ciudad destrozada como lo fue Berlín los antiguos esplendores del Unter den Linden, aunque desleídos, agujereados por las balas o desgastados por el tiempo, aunque ensuciados por las fotos históricas, tienen todavía y tendrán mucho que decir y que hacernos pensar. Y un museo, ante todo, es el lugar donde despiertan nuestras musas y quizá, también, nuestros demonios.

El Neues Museum está dedicado a la prehistoria y al arte antiguo en la isla que, en el mismo corazón de Berlín, abraza el río Spree.

La historia de este lugar, que en su momento llevó el nombre de «nuevo» por contraposición al colindante, el Altes, de Fiedrich Schinkel, el arquitecto del Berlín decimonónico. Junto a ellos se encuentra el Museo Pérgamo, todos de visita obligada.

Otro Fiedrich, en este caso Stuler, concibió el museo por cuya reconstrucción recibe ahora David Chipperfield el «Mies van der Rohe». Los bombardeos aéreos durante la II Guerra Mundial ocasionaron grandes daños en el edificio que obligaron a mantenerlo cerrado durante décadas.

En los años ochenta del siglo pasado comenzaron los estudios para su reconstrucción. A modo de ejemplo de los tiempos que requieren determinados proyectos, cabe señalar que Chipperfield recibió el encargo de rehabilitar el museo en 1997, dos años antes de que la UNESCO declarara Patrimonio de la Humanidad la isla de los museos berlinesa. El Neues no se reabrió al público hasta 2009.

Su pieza más icónica es sin duda el busto de Nefertiti, la pieza de la Escuela de Amarna que destaca en una amplia colección de arte egipcio.



El museo reserva espacio para dos hitos de la paleoantropología y la arqueología alemanas: el neandertal, la especie que lleva el nombre del río Neander por haberse identificado allí por primera vez, y el tesoro de Príamo, supuestamente hallado por Schliemann en lo que fue Troya y cuyo grueso desapareció tras la entrada de los rusos en Berlín.
Autor: Rogelio Ruiz Fernández. Doctor, Arquitecto.

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