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En el pequeño pueblo de Vardo, en Noruega, entre 1600 y 1692, fueron quemadas vivas 91 personas por el supuesto delito de hechicería. A manera de ofrecer perdón a las víctimas, se erigió un monumento en su memoria.
El arquitecto suizo Peter Zumthor se encargó de diseñar este pabellón en un territorio sin escala, “vasto y estéril”, azotado por el agua del mar, casi sin vegetación.
El monumento consta de dos estructuras, la más larga diseñada por Zumthor y la otra, independiente, corresponde a la artista Louise Bourgeois (1911-2010).
La estructura de Zumthor es un largo pabellón sobre un andamiaje de sesenta marcos de madera de pino, cuyas “piezas son tan delgadas como sea posible. La estructura se reduce a lo que se necesita para resistir el viento y las tormentas”, dice el arquitecto.
Dentro de los andamios cuelga una membrana de fibra de vidrio de color claro, recubierta de teflón. En uno de los extremos, una rampa lleva al interior de la instalación. Al entrar, la membrana es de color oscuro, lo que dramatiza el recorrido aunado al hecho de que el corredor va estrechándose.
A todo lo largo hay 91 ventanas, a seis alturas diferentes, que representan a los muertos y el mismo número de focos que penden a un lado. Sobre la membrana está impresa la historia de cada una de las víctimas, incluyendo su nombre y edad.
Cuando el viento sopla, toda la membrana se mueve, junto con los focos, como una forma de recordar la presencia de los muertos.
Afuera, cerca de la rampa, se levanta la obra de Bourgeois, titulada “The Damned, The Possessed y The Beloved”.
Dentro de un cono de concreto hay una silla metálica de donde sale fuego. A su alrededor, siete espejos multiplican la llamas que a su vez atraviesan una caja de vidrio conformada por diecisiete paneles ennegrecidos. Sobre esta piel de vidrio se refleja el paisaje y las llamas.