Torre Eiffel a la venta
Altos costos de mantenimiento, caída en el turismo y la crisis financiera europea ha orillado a la alcaldía de París a tomar esta difícil decisión.
INOCENTE PALOMITA QUE TE DEJASTE ENGA&Nntilde;AR.
¡FELIZ DÍA DE LOS SANTOS INOCENTES!
Cómo dato curioso la
Torre Eiffel si fue vendida en dos ocasiones por Víctor Lustig. Era un hombre más sofisticado que el promedio, un verdadero profesional, cuyas estafas bien podrían servir como guiones de películas. Una mañana mientras desayunaba en un crucero leyó en el periódico una noticia que le daría una gran idea.
En 1925,
Francia luchaba por salir de la crisis causada por la Primera Guerra Mundial, y entre tantos recortes en el presupuesto a algún burócrata se le había ocurrido la idea de tumbar la Torre Eiffel.
La Torre fue construida para la Exposición Mundial de
París de 1889, pero la intención no era dejarla de forma permanente. El proyecto original dejaba en claro que la torre sería desarmada en 1909, pero por la guerra y la crisis económica había sido imposible hacerlo y la misma lucía como una gran chatarra inservible en pleno centro de París.
Basándose en esta información, Lustig encontró el momento preciso para aprovecharse de la situación.
En mayo de 1925, con una falsa credencial y haciéndose pasar como el Director General del Ministerio de Información, invitó a los cinco recicladores de metal más importantes de Francia a reunirse en el lujoso Hotel Crillón de París, donde les explicó que la torre iba a ser desarmada. Les dijo que los costos de mantenimiento eran enormes y su preservación, no tenía ningún fin práctico.
Por eso -les explicó- estaban abriendo la licitación por el contrato para remover y llevarse las 7.000 toneladas de hierro, y las ofertas debían ser enviadas al día siguiente bajo el más estricto secreto.
Lustig había estudiado cuidadosamente a cada uno de los empresarios citados, y de antemano había decidido quien ganaría la licitación. El favorecido sería André Poisson, un nuevo rico empeñado en escalar dentro de la alta sociedad francesa, donde no era visto con muy buenos ojos al no tener antecedentes de alcurnia.
Analizándolo, Lustig llegó a la conclusión de que Poisson tendría la mayor ambición y agallas de quedarse con el contrato ya que esto le daría el prestigio y la proyección que anhelaba, y sin siquiera abrir los demás sobres lo llamó al día siguiente para informarle que como ganador de la licitación, tenía que presentarse inmediatamente en el hotel con el monto ofrecido.
Lustig había elegido el Hotel Crillón porque en sus salones solían llevarse a cabo reuniones gubernamentales y diplomáticas, y esto le daba un cierto toque de oficialidad a su plan. Poisson enseguida entregó el cheque, y con una sonrisa en los labios se marchó feliz a celebrar el negocio de su vida.
En menos de una hora, Lustig cobró el cheque, cuyo monto nunca fue revelado, y tomó un tren rumbo a Viena desde donde siguió de cerca las noticias en los periódicos. Pero la estafa nunca apareció en ellos. Poisson, demasiado avergonzado por haber caído en un truco tan barato, nunca tuvo el valor de reportarla a la policía.
Sorprendido por esto, Lustig dedujo que si lo había hecho una vez podía hacerlo de nuevo. Regresó a París y volvió a enviar sobres a otro grupo de recicladores de metal, a uno de los cuales le vendió la Torre Eiffel por segunda ocasión. Pero esta vez no pudo cobrar el cheque, ya que el nuevo comprador tuvo la precaución de ir enseguida a verificar el asunto en el Ayuntamiento de París, iniciándose desde ese momento una gran cacería policial sobre Lustig.
Así fue que escapó a los Estados Unidos, donde continuó practicando el arte de la estafa.
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