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En Estados Unidos la arquitectura ya no es una profesión

La noticia de que, en Estados Unidos, la arquitectura dejó de aparecer en la lista oficial de “títulos profesionales” encendió las alarmas: menos acceso a créditos estudiantiles y otro muro para quien quiere estudiar la carrera. Pero detrás de ese golpe burocrático hay una pregunta incómoda: ¿qué tan útil es aferrarnos a la idea de la arquitectura como club de élite... si cada vez llega a menos personas? (Mie, 10 Dic 2025)
 En Estados Unidos la arquitectura ya no es una profesión El 21 de noviembre de 2025, el Departamento de Educación de Estados Unidos anunció que va a estrechar su definición interna de “título profesional”. Entre las carreras que se quedan fuera aparece arquitectura. No es un detalle menor: a partir de julio de 2026, quienes estudien arquitectura tendrán límites mucho más estrictos para acceder a préstamos federales.

Traducido a lenguaje simple: la carrera sigue existiendo, la licencia sigue siendo obligatoria y los programas acreditados siguen ahí… pero habrá menos ayuda económica para llegar hasta ellos. Es una barrera más, justo en una profesión que ya era cara, larga y, en muchos casos, mal pagada.

Desde fuera podría sonar a tecnicismo administrativo. Pero en el fondo es una señal política: para el propio gobierno que la regulaba, la arquitectura dejó de merecer el mismo trato que medicina, derecho u otras profesiones “intocables”. Y eso duele en el ego colectivo de la disciplina.

Sin embargo, varias voces dentro de la academia y la práctica en Estados Unidos ven en esta noticia algo más que un ataque: la oportunidad de replantear qué ganamos –y qué perdemos– al defender la arquitectura como una profesión “protegida”.

Durante décadas, la figura del arquitecto profesional se construyó alrededor de tres promesas: años de estudios especializados, un código ético que supuestamente pone el interés público por encima del negocio, y un estatus casi de élite para quien logra obtener su licencia. Esa narrativa funcionó un tiempo, pero también tuvo efectos secundarios: sueldos bajos, jornadas interminables, poco margen para cuestionar al cliente y una profesión cada vez más alejada de la vida cotidiana de la mayoría.

El giro del gobierno estadounidense pone sobre la mesa una idea incómoda: ¿y si la “desprofesionalización” de la arquitectura abre puertas que hoy tenemos cerradas?

Algunas de las discusiones que han surgido a partir de esto van justo por ahí:

Si el arquitecto deja de verse sólo como parte de una élite profesional y se reconoce como trabajador, tiene más sentido hablar de sindicatos, derechos laborales, pago de horas extra y cooperativas de arquitectos en lugar de simples despachos piramidales.

Si la licencia deja de ser el único símbolo de validación, pueden aparecer más modelos de práctica: estudios colectivos, cooperativas vecinales de diseño, equipos híbridos con urbanistas, activistas, ecólogos, ingenieros, diseñadores y comunidades organizadas.

Si la educación en arquitectura no está atada de manera tan rígida a criterios profesionales, las escuelas pueden enfocarse en problemas reales de territorio, vivienda, agua, tierra y derechos urbanos, y no sólo en entregar el portafolio “correcto” para la acreditación.

Si se reduce el tiempo y costo para poder ejercer legalmente, la disciplina se vuelve más accesible para grupos que hoy están subrepresentados: mujeres, minorías, estudiantes sin redes de apoyo económico.

Desde Latinoamérica, todo esto puede parecer ajeno, pero en realidad nos pone un espejo en la cara. Mientras en Estados Unidos se discute si la arquitectura debe seguir siendo un “título profesional” privilegiado, nosotros seguimos formando generaciones que entran a una carrera cara, salen a un mercado saturado y muchas veces terminan alejándose de la práctica por simple supervivencia.

La pregunta de fondo no es si la arquitectura es o no “una profesión” en términos burocráticos, sino qué tan útil es para la sociedad que queremos construir. ¿Qué vale más: mantener la ilusión de un estatus profesional o reinventar la forma en que trabajamos para ser realmente relevantes en el día a día de la gente?

Y aquí es donde entra una segunda capa de la conversación.

Hace algunos años, Christine Outram escribió un texto que se volvió viral entre arquitectos, justamente porque tocaba el nervio que hoy vuelve a doler: la desconexión entre la profesión y las personas. Hablaba de por qué dejó de ejercer formalmente como arquitecta y apuntaba directo a la herida: el arquitecto que se enamora de la forma, pero deja de escuchar a quienes van a vivir los espacios.

Esa carta, que muchos consideraron una traición y otros una alarma necesaria, hoy se lee casi como un prólogo perfecto a la noticia de que, en Estados Unidos, la arquitectura “ya no es una profesión” para efectos de préstamos federales. Si no escuchamos a la gente, si no resolvemos problemas reales, si seguimos defendiendo sólo el título… no debería sorprendernos que, tarde o temprano, el sistema nos deje de tratar como indispensables.

Por eso vale la pena recuperar íntegra esa reflexión, no para indignarnos, sino para usarla como espejo.

En un artículo publicado en Medium como “Lo que Starbucks tiene que los arquitectos no”, Christine Outram se lamenta que los arquitectos de hoy en día simplemente no escuchan las necesidades reales de las personas.

El siguiente texto es una parte de sus expresiones y dice textualmente:

“Queridos arquitectos,

Están obsoletos. Lo sé porque yo fui una vez uno de ustedes. Pero ahora he seguido adelante. Seguí adelante porque a pesar de su amor por una gran curva, y su experimentación con la forma, no entienden a las personas.

Me corrijo: No escuchan a las personas.

En términos legales, un arquitecto es el que ve, todo lo sabe, un profesional de la construcción. Usted es responsable de todo lo que pudiese ir mal con un edificio, pero y ¿si alguien odia los espacios que usted diseñó? ¿Si alguien se siente incómodo o con frío, o miedo? Bueno, no existe una demanda para ello.

El mundo esta cambiando. Tienen muchísimas nuevas herramientas al alcance. Nuevas herramientas que no veo que utilicen y un buen número de técnicas antiguas en las que podrían mejorar bastante”.


El extracto presentado es cuestionado por muchos arquitectos que han hecho de su profesión su vida y que refutan todas las expresiones vertidas en la publicación de este artículo.

Una profesión como la arquitectura ha demostrado ser sostenible, sus innovaciones, las magníficas construcciones, los grandes retos alcanzados y modernistas nos permiten ver, con las obras presentes, lo que el futuro depara para el arquitecto. Es una profesión que no ha menguado sino que crece conforme avanzamos en una sociedad cada vez más modernizada, amante de la belleza y confort.

El arquitecto ha interactuado siempre como sus clientes, mejorando las ideas, planteando nuevas posibilidades y alcanzando nuevos objetivos para una sociedad vanguardista.


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