Lo que los ladrones pueden enseñarle a los arquitectos
Este curioso libro es una visión inesperada y emocionante: la ciudad vista a través de los ojos de los ladrones.
Estudiando la arquitectura como lo haría un ladrón,
Geoff Manaugh conduce a los lectores a través de paredes, por los huecos de los ascensores, y a través de los tejados.
Los robos dan enseñanzas sobre cómo diseñar espacios, según “A Burglar's Guide to the City” (La guía de la ciudad del ladrón). En el núcleo de este curioso libro se encuentra una inesperada y emocionante visión: cómo se transforma cualquier edificio cuando se ve a través de los ojos de alguien que espera entrar en él.
George Leonidas Leslie arribó a Nueva York desde Cincinnati en 1869.
Uno podría creer que Leslie, arquitecto de profesión, pensaba abrirse camino en la industria de construcción, la que estaba en pleno crecimiento, construyendo residencias y edificios.
En cambio, estaba sondeando la ciudad con otro plan: localizar sitios para robar. En verdad, inició una serie de robos que duraron casi una década.
Leslie utilizó su atractiva personalidad, se infiltró en eventos para observar el entorno y encontrar sus presas. Llegaba e investigaba y gracias a su distinguida forma de ser, no levantó sospecha alguna.
¿Quién mejor para forzar su entrada a un edificio que alguien con un entendimiento profesional sobre la manera en que estos son diseñados?
La idea del delincuente genio sigue siendo seductora: la prueba está en las películas de acción en que un ladrón cuelga de una cuerda tan delgada como un hilo sobre el escaparate de un museo, mientras que se escucha música de acción en el fondo.
Manaugh describe a esta clase de protagonista como un “omnipotente delincuente que tiene poderes prácticamente sobrenaturales que puede entrar en cualquier edificio, abrir cualquier cerradura y pasar por cualquier obstáculo utilizando artefactos ingeniosos que son casi mágicos”.
Pero el autor nota que la mayor parte de los robos no son magníficos ni osados: son oportunistas y sobre todo son acciones terriblemente invasivas que pueden hacer flaquear a nuestro sentido de seguridad.
Sin embargo, lo que resulta más interesante para Manaugh es qué normalmente las discusiones sobre robos en edificios rápidamente pueden transformarse en “una charla sobre arquitectura”.
No le interesa la acción de robar bienes de otros -“no es una cosa que festejo moralmente”- más bien le resulta interesante lo que estos crímenes revelan sobre la forma en que la gente se desplaza en espacios arquitectónicos.
“Se trata de ver de qué manera alguien forzó su entrada a un edificio o bien de una habitación a otra o desde la primera planta al segundo nivel sin emplear las escaleras o como realizar un túnel por los muros”, explica.
“No puede haber allanamiento de morada sin estructuras. Exactamente el mismo concepto de un ladrón [que se mete en edificios] está unido al lugar construido”.
En ocasiones los ladrones se ayudan con la comprensión compleja de la infraestructura de la zona. En el libro, Manaugh específicamente habla de un hombre que leyó detenidamente el reglamento contra incendios de la ciudad de Toronto para establecer el siguiente sitio donde iba a ingresar a robar.
Asimismo, relata otro robo a un banco -aún no esclarecido- en el que se usó el sistema de drenaje de la ciudad de Los Ángeles.
“Estos [robos] revelan que si uno piensa de forma analítica sobre los espacios que lo rodean y la forma en que un lugar quizá esté unido a otro, se piensa de manera arquitectónica”, afirma. “Sólo se está usando [esta modo de razonar] para objetivos criminales”.
Hay medios usuales para trasladarse por edificios, dice Manaugh y frecuentemente los arquitectos proyectan las construcciones con ese movimiento en la psique.
Los delincuentes ignoran esas normas preestablecidas.
“El ladrón llega y piensa, ‘Mira, no voy a continuar el trayecto que usted como arquitecto me ha indicado’”, agrega Manaugh. Evidentemente, no hay que ser Ladrón para meditar acerca de la arquitectura de esa manera y, por tanto, encontrar nuevas alternativas para atravesarlo.
Orientar esta clase de interés formal en tareas menos dudosas puede servirles tanto a los arquitectos como a los propietarios de viviendas, afirma Manaugh.
“En vez de generar un tipo de fortaleza medieval, realmente se puede diseñar una respuesta sofisticada y también interesante al reto de saber que alguien podría intentar forzar la entrada por esa ventana en el primer nivel y no se precisa únicamente de ponerle rejas a la ventana”, dice.
“Hay una respuesta arquitectónica [en función de ese problema]”.
Manaugh añade que adentro de la casa, ideas como unos muros deslizantes de papel ofrecen un diseño adaptable que permite cambiar de qué forma se interactúa con un espacio.
“Es una forma interesante y participativa de usar la arquitectura”, afirma.
Y ha sido legal.
De expertos en ambos lados de la ley, los lectores aprenden a entender la ciudad como un campo de posibles túneles y recogidos, y la arquitectura misma como un obstáculo para ser burlados y cuestionados.
Además, los lectores aprenderán a detectar las vulnerabilidades, los puntos ciegos y las aberturas invisibles que nos rodean todo el tiempo.
Abarcando casi 2,000 años de robos, el libro se basa en la experiencia de ladrones de bancos reformados, agentes especiales del FBI, consultores de seguridad privada, el L.A.P.D. División de Apoyo Aéreo, y arquitectos de pasado y del presente.
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