Arata Isozaki: El siglo XX creó arquitectos esclavos de su propio estilo, el que permitía reconocerlos como estrellas
Para Arata Isozaki (Oita, Japón, 1931) la arquitectura es una cuestión de equilibrios entre condicionantes. Con obras en tres continentes, dice no tener estilo, además de ser completamente libre al diseñar porque cree en una arquitectura de servicio que debe reflejar la complejidad del mundo.
PREGUNTA. Lejos de elegir un estilo que distinguiera su arquitectura, ha defendido la reinvención continua. ¿Le parece fundamental cambiar?
RESPUESTA. Mi estilo es una suma de estilos. Trato de concentrarme en un proyecto a la vez y con cada proyecto intento subir un peldaño más. Por eso no me gusta repetir soluciones. Hacerlo como arquitecto significaría dejar de investigar y, como persona, dejar de vivir. El siglo XX creó arquitectos esclavos de su propio estilo, el que permitía reconocerlos como estrellas. Esa práctica es una herencia de algunos pintores famosos. Sin embargo, los artistas que más me interesan, Picabia o Duchamp, tenían ideas, pero no un estilo. Eran gente que siempre hacía preguntas y rara vez se sentían satisfechos. Para muchos, estilo es sinónimo de estatus; para mí tener estilo significa haber renunciado a las demás posibilidades.
P. Define cada edificio como un peldaño, ¿hacia qué? ¿Qué pretende alcanzar como arquitecto?
R. Un objetivo distinto con cada proyecto, con cada cliente y con cada época de mi vida. Mi estilo nace de absorber las ideas de mis clientes, considerar los materiales disponibles y sopesar la tecnología utilizable. La arquitectura es una cuestión de equilibrios entre condicionantes. Sin un estilo me siento libre y ésa es la única consistencia en mi estilo.
P. ¿El cambio como estrategia es una necesidad personal, una solución arquitectónica, una decisión intelectual?
R. A veces me gusta sentirme como un artista, otras, como un ingeniero que debe desechar cualquier solución que no parezca realista. Las mejores ideas siempre admiten un desarrollo, por eso es más práctico que romántico no cerrarse a los cambios.
P. A pesar de ser muy diferentes, casi todos sus edificios son monumentales, como si aspirasen a convertirse en reclamos.
R. Es una intención inconsciente. Muchos de mis edificios se han construido para fines culturales y, en ese caso, es habitual que las instituciones quieran un inmueble singular. Otros proyectos, como el
Palau Sant Jordi, se han convertido en marca urbana de manera casual. Ese pabellón traté de hacerlo ocupando el mínimo volumen posible. Su forma deriva de ese objetivo, no de tratar de ser diferente.
P. Ha comenzado a construir dos rascacielos en Bilbao. ¿La destrucción de las
Torres Gemelas no hace peligrar esa tipología?
R. Lo ocurrido el 11 de septiembre nos conmovió a todos, pero eso no significa que los rascacielos sean problemáticos. En aquel trágico suceso, la arquitectura fue casi una casualidad. Los rascacielos no son el problema.
Las Torres Gemelas representaban una solución exclusivamente racional al problema de la construcción, basado en el enfoque racionalista moderno que busca optimizar el espacio disponible. Dos torres perfectamente rectangulares son una respuesta arquitectónica casi inocente. No aportan nada, sólo dándoles un tamaño desmesurado, fuera de escala -casi el doble de los edificios que las rodeaban-, lograron convertirse en edificios especiales.
Fue ese tamaño lo que hizo de ellas un símbolo del mundo capitalista. Hay otros rascacielos, como el Empire State o el edificio Chrysler que gozan de mayor reconocimiento entre los arquitectos y, sin embargo, nunca se convirtieron en un símbolo del capitalismo.
P. Antiguamente las puertas a una ciudad recibían nombres de victorias. El conjunto que levanta en Bilbao llevará el suyo, Isozaki Atea. ¿Eso le hace pensar que se ha convertido en una marca arquitectónica?
R. No fue idea mía. Se trata de una estrategia más comercial que honorífica.
P. Pocos arquitectos con su prestigio aceptarían encargos tan claramente comerciales como algunos que usted ha recibido. Para Disney construyó un inmueble que tenía, como puerta, las orejas del ratón Mickey.
R. A la hora de diseñar me interesa considerar cualquier tipo de información. No desprecio ningún dato, ninguna forma y ningún material. Mis edificios pueden ser de hormigón o de paja, ser cúbicos o contener las orejas de Mickey. Soy completamente libre al diseñar porque creo en una arquitectura de servicio que debe reflejar la complejidad del mundo. Las orejas de Mickey eran un gesto pop, que ya habían ensayado el escultor Claes Oldenburg y Frank Gehry. En según qué ámbito funciona mejor una puerta con forma de oreja que una puerta corredera.
P. En
Nueva York pueden verse estos días diversas propuestas para reemplazar las Torres Gemelas firmadas por prestigiosos arquitectos. ¿Cuál sería la suya?
R. Nunca haría ninguna. Todas esas conjeturas me parecen juegos con el dolor ajeno y falta de tacto por parte de los arquitectos. Para mí, lo único oportuno es el silencio. Respeto el dolor de los norteamericanos, entre los que tengo muchos amigos, y el dolor de los afganos, que son igualmente víctimas. Viví muy de cerca la Segunda Guerra Mundial y eso no se olvida. Estoy en contra de negociar con el dolor.
P. No es la primera vez que usted se niega a realizar proyectos. En 1995, tras las pruebas atómicas en Mururoa, declaró que jamás trabajaría para Chirac. ¿Qué otras situaciones le harían despreciar encargos?
R. Hoy el mundo es un lugar complicado. Es difícil saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos. La vida sólo se entiende analizando caso por caso. Todos vivimos de acuerdo con el mercado, pero uno tiene ciertos principios que debe respetar para respetarse a sí mismo.
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